Anfibios y vogelfrei. Notas sobre Mano de obra (2002) de Diamela Eltit

25 Aug

 

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En 1825, los 15.000 galeses habían sido sustituidos ya por 131.000 ovejas. Los aborígenes arrojados a la orilla del mar procuraban, entretanto, mantenerse de la pesca; se convirtieron en anfibios y vivían, según dice un escritor inglés de la época, mitad en tierra y mitad en el mar, sin vivir entre todo ello más que a media. (Marx, El Capital I, 121)

Los obreros, la mano de obra, siempre han sido vistos como aquellos que han de emprender los grandes cambios revolucionarios en el mundo. Esto ha sido así al menos hasta finales de siglo XX. El neoliberalismo, sin duda, contribuyó fuertemente a agotar esta idea, esa potencia. Mano de obra (2002) de Diamela Eltit ilustra la intrincada situación en la que se encuentra la fuerza de trabajo en el contexto neoliberal. Dividida en dos partes, “EL DESPERTAR DE LOS TRABAJADORES (Iquique, 1911)” y “PURO CHILE (Santiago, 1970)” la historia se centra en un grupo de trabajadores, la mano de obra, en un supermercado chileno. A diferencia de la fábrica, que, en cierta medida, garantizaba el sostenimiento de la estructura familiar, los trabajadores del supermercado ilustrado por Eltit no tienen sino una casa comunal, donde su vida sufre de las presiones y afectos directos del súper. Si antes había una distinción clara entre la casa y la fábrica, en el neoliberalismo la delgada línea que separa los lugares de respeto y cariño —como el hogar— de los de vigilancia, opresión y dominio se borra. La casa es también un espacio por administrar, donde se vigila, donde todos dependen de un líder, donde hay traiciones e intereses varios, donde descansar no es posible.

La historia está contada desde la perspectiva de dos narradores ambiguos. El de la primera parte, en primera persona, se contradice en repetidas ocasiones y a pesar de que domine su oficio, su fuerza está agotada. En repetidas ocasiones dice este narrador: “Lo que ocurre es que estoy progresivamente cansado, exhausto, enfermo, aquejado por el efecto de un aprendizaje que me resulta inacabable” (49-50). Conforme avanza la narración de la primera parte, el malestar del narrador incrementa. La segunda parte de la novela precede, en cierto sentido a la primera. “El súper es como mi segunda casa” (71) dice el narrador de la primera parte, mientras que sólo hasta leer la segunda parte se describe esa primera casa.

La casa la comparten al menos en un momento 8 personajes (Enrique, Alberto, Gloria, Isabel, Gabriel, Sonia, Andrés y Pedro). En realidad nunca queda claro quién es ese “nosotros” que se apena del cansancio de Isabel, la trabajadora más vivaz del grupo; que expulsa a Alberto, un obrero con afán sindicalista; que se queja de las comidas de Gloria, la encargada de administrar el “hogar”; que admira las destrezas de Sonia, una empleada brillante y experimentada que poco a poco es marginada en el súper; que se sorprende de los malabares de Gabriel al empaquetar mercancía, el más joven del grupo; que aprecia el carácter sigiloso de Andrés, un empleado que nadie nota, pero que consigue información de primera mano sobre los supervisores; que se compadece del trabajo de Pedro, el vigilante del súper que para poder ejercer su oficio cada vez que entra a casa debe drogarse para mitigar la presión de su trabajo; y que finalmente se decepciona y se duele de la traición de Enrique, el que fuera el líder del grupo de trabajadores y luego los traicionara para él ascender de puesto y convertirse en supervisor.

Hay concordancia entre primera y segunda parte, pero también una contradicción. La concordancia radica en una imposibilidad de cambio. Mientras que la primera parte* no puede sumar la experiencia histórica acumulada para generar un cambio inmediato, la segunda tampoco puede sumar la fuerza afectiva generada por la opresión laboral para mejorar las condiciones de trabajo. Los obreros de la segunda parte, incluso se vuelven adictos, como Pedro, para poder mitigar el cansancio, la tristeza, la soledad, “Aspirábamos, sí, sí, para alegrarnos por una vez, y, lograr conversar, reírnos con el afecto, la decencia y la sinceridad que caracteriza a los seres humanos” (167). Cuando ya los hábitos y la eficacia laboral no dan para más, la adicción aparece como único soporte afectivo para sostener la reproducción material de los cuerpos. Si el hábito se obstina a cambiar para poder seguir, la adicción acelera los cambios radicales en los hábitos. Algunos de estos cambios pueden ser positivos, otros no, pues el adicto acelera el cambio radical que su cuerpo experimenta de la vida a la muerte.

La contradicción entre primera y segunda parte radica en el final de ambas partes. La primera parte plantea un panorama que apunta hacia la muerte de los obreros o su sumisión total al sistema del súper. La segunda parte, apuesta por una fuga ambivalente de los trabajadores. Cuando Marx describió el proceso de la acumulación originaria, ejemplificaba la vida doble y anfibia que vivieron los desposeídos galeses a finales del siglo XIX. Vogelfrei, aves libres como el viento, son siempre los cuerpos de aquellos que viven entre dos aguas, pero están sujetos a la misma fuerza afectiva y a la opresión simbólica de la rutina. Si la mano de obra, la fuerza de trabajo, vive como dice el narrador de la primera parte, agazapada, “como si actuara la reencarnación de un sapo y su ostensible respiración (su miedo) y así, tal como un ente entregado a una dimensión anfibia, me contengo para no dar un brinco y huir penosamente saltando entre la piedras en dirección impostergable al agua” (49), la resolución de la novela no apunta hacia una fuga impostergable hacia el espacio liso del agua, sino hacia un lugar ambivalente. “Caminemos, demos vuelta la página” (176), con estas palabras de Gabriel, los obreros, luego de ser expulsados por el traidor, Enrique, emprenden una línea de fuga hacia un espacio delgado, pero inmanente. La transferencia de la experiencia individual y subjetiva, como la de una página, tiene influencia en el paisaje de total de todas las hojas y páginas, como en un libro, y viceversa. No hay optimismo, ni esperanza, pero sí un proceso y un deseo siempre en estado medio, para poder continuar, o en su momento pausar.

 

*Cada subdivisión de la primera parte evoca alguna experiencia histórica por la que pasaron los obreros chilenos en el siglo XX.

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